Nº 16 Noviembre 2006
[ISSN 1886-2713] |
:::Tahiche:::Fondeada en el extremo más nororiental de Canarias, la dorada isla de Tyterogaka (o titerôghakk), como era conocida Lanzarote por los antiguos mahoreros, se extiende por una superficie de 862 kilómetros cuadrados. Con frecuencia, se le agregan los poco más de cuarenta que suman los cinco islotes cercanos, un conjunto que, como corresponde a su pequeña extensión, recibe el nombre de archipiélago chinijo (šinigh). No obstante, la Isla comparte plataforma geológica con Fuerteventura, aunque los episodios volcánicos que provocaron la emergencia de su soporte más antiguo, en las postrimerías de la era terciaria, son algo anteriores a los que generaron la aparición de Erbane. Con todo, la conformación de los rasgos paisajísticos que hoy resultan más característicos de Lanzarote tiene mucho que ver con las dilatadas erupciones del siglo XVIII y, en menor medida, del XIX, que afectaron a una cuarta parte de la Isla. Sin embargo, no constituye el único factor que ha modelado su apariencia ondulante y desértica. Una escasa altitud media, en torno a los 400 metros, le impide ofrecer una resistencia orográfica suficiente a la benéfica acción de los vientos alisios, lo cual acentúa la intervención de otras circunstancias y agentes erosivos (insolación, aridez, etc.). Un medio natural, en suma, que ha condicionado la existencia insular quizá de un modo un tanto más peculiar que en el resto del Archipiélago, pero donde su población ha sabido indagar y encontrar recursos y técnicas productivas insospechadas. Justo es rendir desde estas páginas un tributo de homenaje a ese talento humano que ha enriquecido la cultura de Canarias y que, en la actualidad, resiste a duras penas la expansión depredadora distintiva del modelo económico dominante en las Islas. La antigua aldea de Tahiche, hoy un pueblo dormitorio cada vez más densamente habitado en el importante municipio de Teguise, nos muestra muy bien algunas de las pautas que han definido esa incierta convivencia entre los seres humanos y una naturaleza imprevisible. Esta vega, caracterizada por una apacible fertilidad, y sus costas adyacentes recibieron una atención más intensa por parte de los colonizadores europeos, si bien no exenta de litigios entre ellos, desde la segunda mitad del siglo XVI. Aunque, a decir verdad, sólo a partir del XVII entró, como el resto de la franja central de la Isla, en los circuitos y dinámicas exportadoras (en su caso de cereales) que, de una manera u otra, han determinado la vida en el Archipiélago durante los últimos quinientos años. A esas fechas se remontan los primeros documentos que mencionan el topónimo, como una donación efectuada durante la controvertida administración del poderoso caballero hispano Juan de Castilla, tercer esposo de la marquesa de Lanzarote Luisa Bravo de Guzmán, en el primer tercio del siglo XVII [Viera (1772) 1982, I: 771]. Los antiguos testimonios escritos que dan cuenta de esta vega, montaña, aldea o lugar utilizan grafías más o menos próximas: Taíche, Taiche, Tayche, Tagiche, Taguiche, Tajiche o Taxiche. Aunque el análisis lingüístico no termina de ser absolutamente concluyente, cabe restituir aquí con bastante probabilidad el nombre verbal femenino taghiššät. Sin embargo, esto nos coloca en un escenario insólito, pues el enunciado habla de la ‘ruina’ o ‘destrucción’ que comporta un ‘cambio maligno o pernicioso’ en una situación, cosa o persona. En buena lógica, la especulación más razonable nos lleva a considerar que los antiguos mahoreros vivieron alguna de las sacudidas telúricas o eruptivas que, por su configuración geológica, no son extrañas al Archipiélago. Abona esta hipótesis la inmediata presencia en su margen septentrional del volcán Guanapay (Wanaffay): Al este [de la villa de Teguise] se halla un monte llamado Guanapay, a una milla de distancia, poco más o menos, el cual en otros tiempos fue volcán, y en su alrededor una cresta a manera de talud, igual y ancha, de modo que cuatro hombres pueden caminar encima de ella [Torriani (1590, XII) 1978: 49]. A pesar de encontrarse ya extinto en tiempos del ingeniero italiano Leonardo Torriani, la etimología de este orónimo evidencia que el cráter tuvo una actividad conocida y sufrida por la población nativa. En efecto, la raíz [F•Y] nos remite al hecho de ‘verter(se)’, ‘fluir’, ‘supurar’, ‘rebosar’, ‘brotar (líquido)’, acción utilizada también como figura retórica para aludir a la ‘irritación’ y la ‘locura’. Sirva, pues, Taghiše como otra representación extraordinaria de la enérgica fertilidad del fuego que nos ha creado.
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